Sería
muy hermoso, aunque no me atrevo a creerlo
pasar
la vida uno junto al otro, hipnotizados por nuestros sueños;
su
sueño patriótico, nuestro sueño humanitario y nuestro sueño científico.
De
todos estos sueños, creo que sólo el último es legítimo (…)
aquí
el terreno es más sólido y cualquier hallazgo, por pequeño que sea, es una
conquista.
Pierre Curie, Varsovia, 1894.
Homero
Carvalho Oliva decía en su libro el Diario de los Caminos, que la poesía de los
caminos no se la encuentra en los libros, los poetas la escriben en la arena
para que el viento esparza los versos por todos los senderos. Alejandro
Jorodowsky -novelista, dramaturgo, poeta y ensayista chileno- lo confirmaba en
su libro Psicomagia, en el que en conversación con Gilles Farcet -escritor
francés- define a la poesía como un acto.
“Decidimos
prestarle más atención al acto poético que a la escritura misma. Durante tres o
cuatro años, nos dedicamos a realizar actos poéticos. Pensábamos en ellos
durante todo el día”, dice el artista.
Así
que, la poesía, a diferencia de lo que se cree, no se trata enteramente de la
palabra escrita. Vive poéticamente quien no tiene miedo de vivir su pasión.
Marie Curie, polaca y ganadora de dos premios Nobel, uno de Física en 1903
junto con su marido, Pierre Curie, y otro de Química en 1911, en solitario, se
dio cuenta en una época en la que a las mujeres no se les estaba permitido casi
nada, que la única forma de habitar la tierra era hacerlo poéticamente.
Descubrió
el polonio y el radio, en palabras de Rosa Montero, “Esa propiedad aterradora
de la Naturaleza”. En 1951, a 20 años de la muerte de Curie, nació en Madrid
Rosa Montero, hija de un torero franquista y un ama de casa republicana.
Aquella niña postrada cinco años de su infancia en una cama, gracias a la
tuberculosis, leía con devoción y daba forma a sus primeros relatos. Más tarde
se convertiría en escritora y periodista.
“Escribo
para darle al mal y al dolor un nuevo sentido” (…) La escritura es mi manera de
estar en el mundo, me hubiera muerto de no haber podido escribir o leer”, son
palabras de la literata. El 5 de Mayo de 2009, El País, periódico español,
publicaba en su versión web la columna de la escritora. Vida, tituló Bruna
Husky –seudónimo- al último adiós a su difunto esposo, Pablo Lizcano, quien
murió a los 58 años después de una larga enfermedad.
“Una
noche de angustia. Intuición de la muerte. Una mano en la tuya. La cama es una
balsa en mitad del naufragio”, Montero tuvo que escribir. Cuando Bruna Husky
leyó el diario que Marie Curie escribió tras la muerte de Pierre –su marido- se
sintió comprometida con la historia de aquella polaca. La Ridícula Idea de No
Volver a Verte es un libro que parece nacer de esa fascinación de Montero hacía
la intimidad de la mujer radiactiva.
Al
hilo de la trayectoria de la Nobel, Rosa Montero relata desde el recuerdo
personal su evocación más íntima: la vida en pareja durante la enfermedad y
muerte de su ex esposo. Utilizó la palabra escrita para hacer catarsis, relató,
describió e imaginó, todo, en cuestión de hojas. El relato, si bien pinta
parecer lúgubre con un inicio en el que la autora revela que lo más importante
que le ha sucedido en su vida son sus muertos, es todo lo contrario, a
excepción de algunos capítulos.
La
obra, entre sus primeras páginas te muestra un tema que aparenta ser pesado. La
historia de la radiación, evocando así a tu mente aquel accidente nuclear en
Chérnobil, Ucrania (1986). Inmediatamente, la autora hace referencia a aquellas
mujeres de la historia, que al igual que Jorodowsky decidieron llevar una vida
poética, en la que ser mujer y lograr sus sueños se convirtió en un acto de
valentía.
Entre
ellas: Rosalind Franklin (1920 – 1958), eminente científica británica que
descubrió los fundamentos de la estructura molecular del ADN, Henrietta Swan
Leavitt, astrónoma, Lise Meitner, que ayudó a descubrir la fisión nuclear, y
contribuyó a investigar la estructura del ADN. Grandes cerebros femeninos a
quienes se les negó el premio nobel gracias a su sexo.
De
resto, todo se trata de historia, de la historia de una “santa”, como ella
misma la llama: “la santa de este libro, Marie Curie”. Entre las páginas, las
fotografías ilustran al lector y forman parte de ese hilo conductor en el que
vida y muerte son dos países sin frontera. Así como Pierre, aferrado al trabajo
decidió salir y perdió la vida, Curie siguió viviendo, y por mucho, mucho
tiempo.
Frases
humorísticas como “Ah, pillina: después de todo, a nuestra empollona le
gustaban guapos”, le dan soltura a las 240 hojas que entre anécdotas, amistades
y remembranzas desarrollan la vida y la muerte, esta vez, siendo cómplices,
amigas, y atrayentes. La Ridícula Idea de No Volver a Verte, publicado por
primera vez el 3 de Marzo de 2013, por la editorial Seix Barral –España- es una
enseñanza, un hallazgo que hay que guardar lo más cerca posible de la memoria.
Una lección de entereza para quien sea que la ande buscando.
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